domingo, 24 de septiembre de 2017

El canon universal (otra vez)

A veces, y no siempre pasa, conversar con algunas personas genera misteriosas uniones sinápticas en el cerebro que nos llevan a esbozar pensamientos coherentes en lugar de a desear esconder la cabeza en un agujero en el suelo y no salir nunca jamás. 

La consecuencia positiva que deriva de esto, al menos en mi caso, suele ser una efervescencia intelectual y creadora que lleva a mis manos a teclear como hormigas furiosas en medio de la estación de recolecta, aunque mi parte de cigarra suela observar desde el sofá aguardando paciente al momento en que ese ímpetu decaiga. 

Antes de que esto ocurra, y al hilo de algo que escribí hace ya tiempo sobre el canon universal, voy a intentar poner punto y final a un tema que me ha venido causando urticaria mental desde hace un montón de años: el canon. No está en mis manos solucionar un conflicto internacional que lleva en boga centurias, pues veo imposible encontrar un canon universal o un canon nacional que satisfaga a todos los lectores. Siempre quedarán obras fuera de esa lista, no hay otra solución (salvo hacer una lista que las incluya todas, y creo que no hay rollos de papel que las sostengan una detrás de otra), y la alternativa, que es acotar por géneros, supondrá a su vez diversos conflictos: ¿qué son los géneros?, ¿ponemos el terror junto con la fantasía?, ¿Agatha Christie va bien con Poe o los ponemos en cánones diferentes?, ¿debe haber un canon de juvenil?, ¿y de romántica?, ¿y qué hacemos con la cifi? 

En fin, es una polémica harto trillada y sin solución cercana en el tiempo, por lo que voy a pasar directamente a lo que Carlos García Gual propone en su clasificación y a lo que me he venido resistiendo durante años: los clásicos personales. En otras palabras: mi lista de favoritos e imprescindibles. 

No os podéis imaginar lo difícil, complicado, exprimidor y antidigestivo que es para mí escoger de entre las lecturas que llevo haciendo desde que tenía, digamos, 7 u 8 años (pues voy a partir de la base de que, antes de esa edad, la lectura perseguía un fin distinto) algunas que representen lo que para mí es la literatura. Y es que, en el fondo, hacer una lista del Top ten de tus libros favoritos, o de tus imprescindibles literarios, implica de forma tácita que dichos libros muestran la sublimación del arte de las letras, y esa es una responsabilidad que no he querido asumir nunca. 

En mi vida he leído mucho. Muchísimo. Pero me falta tanto por leer, tantos clásicos, tantas obras que con los años se han convertido en referentes dentro de su propio género que me produce un enorme sentimiento de culpa elegir cuando no conozco todo lo que me ofrecen los libros. Sin embargo, leí no hace mucho en Facebook lo que Concepción Perea (autora, entre otros, de La Corte de los Espejos, Fantascy 2013, y La última primavera, Runas 2017, que creo que será de las próximas cosas que lea) consideraría imprescindible para sus alumnos de Factoría de Autores, y me picó el gusanillo. 

No estoy preparada para hacer una lista al uso, y mucho menos para poner un número cerrado a dicha lista o incluso para ordenar dichas lecturas en orden de recomendación. De hecho, solo recientemente he dado con un criterio que considero muy válido y que voy a utilizar para ver cuáles son para mí esos clásicos personales. El criterio es fácil: estos son los libros que o bien voy a leer a mis hijos tan pronto sean capaces de entenderlos o bien que voy a entregarles tan pronto tengan edad de leerlos. Una obviedad sea dicha: tengo muchos libros en casa y espero que sea lean todos los que quieran, los más posibles, pero voy a pensar solo en los que más huella me han dejado, en los que creo que más valor tienen por lo que (me) hacen vivir y por lo que (me) hacen sentir. Y ahora mismo solo se me ocurren tres. 

El primero para mí lo es todo. Es el comienzo del camino, el primer adoquín del camino amarillo, el in principio erat. El Hobbit. No sé cuál será la edad apropiada o cuándo mi retoño será capaz de entenderlo, pero es EL CUENTO por excelencia. Quienes me conocen saben que leer a Tolkien me cambió, que es un autor muy especial para mí como lectora de ocio y como lectora de trabajo. Que lo he leído y estudiado hasta la saciedad, que lo he explicado a mis alumnos y he encontrado entre sus páginas oro. El Señor de los Anillos y el Silmarillion me encantan, pero con El Hobbit Tolkien desenterró un tesoro oculto en el folklore occidental que, para mí, no tiene parangón. Por sus implicaciones antropológicas y sus relaciones con la historia y la literatura, quiero leérselo a mis hijos y convertirlo en su libro favorito. 

Después, una novela que quiero que mis hijos lean sin falta por lo mucho que me gustó (unida a sus cómics, porque soy una megafangirl...) es El dios asesinado en el servicio de caballeros, de Sergio Sánchez Morán (autor de www.ehtio.es y coautor de www.elvosque.es). Se la he recomendado a mis alumnos desde el momento en que la terminé (o algo antes), porque es gamberra, divertida, y tiene a una protagonista jodidamente desequilibrada y genial. Y si hay algún libro por culpa del cual los adolescentes deban contagiarse del gusto por la lectura, ese es. 

El último en el que pienso es un caso diferente, pues se trata de un libro que duele. Es hermoso, delicado, pero afilado como un cristal. Hay momentos que, según la vida que hayas tenido, llegan, y eso no siempre es fácil. Hablo de La joven ahogada, de Caitlín R. Kiernan. Ese libro lo he prestado ya cuatro veces, y la opinión ha variado, pero siempre coincide en la belleza que contiene. Es difícil de expresar con palabras, pero su lectura marca. 

Aparte de estos habría miles que podría decir. Las editoriales mamás de estos dos últimos libros, Fantascy y Valdemar, son para mí motivo constante de tentación porque me encanta todo lo que tienen, y me aterroriza acercarme a sus estanterías en las tiendas porque me exigen el mayor autocontrol para no comprármelo todo. Pero no son las únicas. Autores de siempre, como Séneca, o autores de ahora, como Murakami, lecturas más ligeras y otras más profundas, obras que exigen la lectura de otras para comprenderlas mejor... Habría mil libros que podría escoger, pero a mi mente vienen estos tres, y me cuesta mucho ampliar la lista, por lo que lo voy a dejar aquí. Si tuviera que salvar libros de un incendio (otro criterio que me sirve estupendamente), y tendría que llevarlo bien pensado porque además de ellos tendría que coger a mi foca, estos tres serían candidatos seguros. Después, quién sabe. Ya seguiremos pensando. 

S. 

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