martes, 21 de noviembre de 2017

Metáforas acuáticas de mentes cansadas

Hablaba ayer (en mi vuelta de Portugal a lomos del Guadiana) sobre la lectura y lo diferentes que son entre sí algunos libros, y venía a mi mente una metáfora que lo explicaba muy bien. Lo retrataba, en realidad. Como decía Horacio, ut pictura poiesis, y ¿qué otra cosa es una metáfora que una imagen en palabras?

Los libros son, a veces, como el agua. Muerte en el Sena, que terminé ayer, es un río tranquilo. Discurre por una llanura soleada, probablemente cerca de un parque, pero no infantil, sino con bancos de hierro forjado y una pérgola. Con señores mayores y señoras mayores que se sientan juntos, pero separados, y que sacan de su bolso un pequeño tesoro de pan duro que dan a los patos mientras ven la vida pasar. 

Disforia, de Jasso, podría ser como su propia portada, como su historia: un río helado, con la superficie quebradiza y opacada por una capa de escarcha y nieve muerta, bajo la cual el agua bulle enfervecida y arrastra todo lo que lleva a su paso. No permite la vida, la ahoga y la oprime, y solo al final permite un respiro allá hacia donde las nubes dejan entrever algún claro de sol. 

Hoy me he terminado La vidente, de Lars Kepler (pseudónimo de un matrimonio sueco adorable), y es un auténtico torrente. Ayer lo empecé, empachada de letras después de una tarde de lectura, y me arrastró con la fuerza de un tifón. Solo podía bracear y ahogarme entre sus páginas, y al mismo tiempo deseaba que me llevase, y me dejaba llevar. 

Echaba de menos un libro torrente. De esos que te atrapa y te deja sin respiración, de los que te obligan a olvidarte de la comida, del baño y del resto del mundo. Adoro leer, y lo echaba de menos, pero a veces necesito un libro así para que me rescate de la normalidad y me devuelva al vicio que llevo dentro. Si hay un infierno para quienes ignoran a familia y amigos por leer, ahí estaré yo. 

De momento cruzo los dedos y agito mi trébol de cuatro hojas. En breves subiré a la buhardilla a buscar otra víctima de mi ansia lectora, y espero no encontrarme con una ciénaga putrefacta. Hace mucho que no me pierdo en una de esas y espero tardar mucho tiempo en descubrir alguna. Quiero más Keplers en mi vida. 


Bonus track: como curiosidad, hace tiempo que vengo notando de forma inconsciente en las lecturas cuándo se describe el físico de los personajes (y cuándo no), y sobre todo cuándo se hace de forma gratuita y cuándo es una exigencia de la trama. En Muerte en el Sena, nunca se menciona la edad concreta de las protagonistas, aunque por los datos sobre su vida (una es policía jubilada y la otra, stripper) podemos hacernos una imagen mental de su edad y posible aspecto, y es solo en un momento de la novela cuando, en boca de un personaje que habla por teléfono, hace alusión a la protagonista en una conversación entrecortada y obtenemos un dato, mínimo, sobre su físico. En el caso de La vidente, el narrador es mucho más tradicional y nos da muchos datos sobre el aspecto de los personajes y, de hecho, me he descubierto sonriendo (lo admito, con condescendencia) al leer que el viento hace volar la americana de Joona Linna dejando ver sus músculos. Dos veces. En este caso, aparte de la obviedad de que el aspecto de Joona me da lo mismo porque lo que me interesa es su supercapacidad de ver en las escenas del crimen y de resolverlos, me surge una duda muy curiosa. Dado que las novelas son escritas por el matrimonio (marido y mujer), ¿quién hace tanto hincapié en los músculos de mi amigo Joona? ¿Es el marido, pensando que es un guiño atractivo para el público femenino? ¿Es la mujer, cayendo en el cliché del varón valiente y fuertote? ¿Es una tercera opción que no se me ocurre? Adoro que mi cerebro trabaje en segundo plano, a veces le surgen dudas existenciales como estas. Para una entrevista futura ya sé qué preguntarles :)


S. 

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