lunes, 9 de octubre de 2017

Videojuegos, educación e infancia: las consolas no son niñeras.

No hace mucho contaba en Twitter que, durante una idílica tarde de juegos en el jardín en casa de mis vecinos, estando su Mamá hablando con una Amigui y los pequeños (aprox. 6 y 11) jugando con dos niñitas, a mi salón llegó el griterío y, de entre el resto de voces, escuché la del niño mayor (11, repito) invitando a sus amiguitas de similar edad a "jugar al GTA". Mi cara, entonces, fue un poema. 

Quien me conoce sabe bien que soy una gran fan del mundo del videojuego. Mi primera consola llegó a casa como regalo cuando tenía unos seis años, y desde entonces solo he parado de jugar durante los primeros años de universidad, pues entre la(s) carrera(s), la(s) escuela(s) de idiomas y el gimnasio no conseguía dar a basto. Y después, cuando aprobé la oposición, compré mi primera xbox y mi tele para jugar en pareja

Esta última cuestión, para mí, es algo clave, y es que yo soy, eminentemente, una jugadora social. Cuando era pequeña, a la consola jugábamos en familia. Jugaba con mi madre, con mis padres, con mi hermana y mis padres... Teníamos una libreta de récords y nos íbamos turnando el mando cívicamente y animábamos a los otros cuando jugaban. Además, cada uno elegía juego en su turno y todos jugábamos hasta que se acababan las vidas. Algunos de mis mejores recuerdos nos incluyen a mi madre y a mí pasándonos el Super Mario 1 o el Super Mario 3 entre las dos (porque no había botón de guardar), siguiendo las instrucciones de la libretilla que habían escrito ella y mi padre y que nos decían por qué tubos entrar y qué camino seguir en el laberinto de la pantalla 4-4. O jugando con ella al Joust, "al de los pajarracos esos" (solo de mayor me he dado cuenta de que los bichos voladores que tenían un pico largo no eran tal, sino caballeros que justaban, y de ahí el nombre) o a muchos otros juegos que patrocinaron las alegrías de mi infancia. 

Tanto fue esto así que, cuando llegué a la adolescencia, no sabía jugar sola a la consola. A mi hermana le regalaron una Play 2, pero solo me apetecía jugar cuando estábamos las dos juntas. Cogía el mando para echar un rato sola, pero me aburría en cuestión de minutos. Años después, cuándo mis amigos me descubrieron el League of Legends, se me abrió el paraíso, pero solo consentía en jugar cuando éramos equipo completo. Cuando podía jugar con ellos. Tuve que enganchar a toda la gente de mi alrededor para tener más opciones de juego, y aun así nunca llegué a ser nivel 30 porque no quería jugar sola. 

Solo he encontrado contadas excepciones a este hábito videojueguil. Existen ciertos juegos que no permiten el juego en plataforma multijugador, por lo que solamente se puede jugar de uno en uno. La separación por pantallas, además (juegos de plataformas), no es tan clara como en estos juegos de generaciones anteriores, por lo que turnarse es cada vez más difícil. Precisamente por eso estas opciones no suelen atraerme, pero hay alguna que saca el alma individualista que hay en mí. Ya venía del PC mi adoración por el Plantas contra Zombies, al que mi madre tardó en engancharse lo que tardé en explicarle cómo se jugaba, pero no fue hasta la llegada del nuevo Tomb Raider cuando desarrollé de nuevo el hábito de jugar sola. 

Me sigue costando: cuando me apetece jugar a la consola, lo que quiero es coincidir con amigos y hacer carreras de coches en el GTA, hordas o enfrentamiento en el Gears of War, campaña en cooperativo en este último... Pero también he aprendido a sumergirme en la adictiva nueva historia de Lara y a disfrutar de la experiencia en solitario. 

Todo esto podría ser un rollo de abuelita cebolleta, pero viene justificado por dos cuestiones. La primera, mi defensa de los videojuegos en la educación y en la infancia. Personalmente creo que jugar a videojuegos durante la infancia y adolescencia es positivo para el desarrollo cognitivo y físico de las habilidades de los niños. La necesidad de coordinar vista, mano derecha y mano izquierda para conseguir los objetivos del juego ayudan al desarrollo psicomotriz de los niños, al mismo tiempo que espolean la imaginación y crean un pasatiempo positivo que entretiene, enseña y divierte a partes iguales. Esto, además, no tiene por qué ser una rémora a la hora de obtener un rendimiento académico positivo o social, y esto me lleva al segundo punto. 

La segunda cuestión a la que quería llegar, al hilo de la invitación de mi vecino a sus amiguitas de jugar al GTA, es que las consolas no son niñeras (ni la tele, ni el móvil, ni el ordenador...). Creo que los videojuegos son algo positivo durante la infancia y, de hecho, cuando tenga niños y llegue el momento adecuado, les enseñaré a jugar, pero conmigo. Ni se puede ni se debe considerar la televisión o la videoconsola un sustituto de la vigilancia y la guía paternas. Nos preocupamos por la educación que recibirán nuestros hijos en la escuela, nos rasgamos las vestiduras cuando no nos gustan las compañías de los hijos y entramos en discusiones que no podemos ganar, pero después les enchufamos a la consola o a la tele y nos da igual qué vean o a qué jueguen. 

El GTA, al que se fueron a jugar mi vecino de 11 años y su amiga, y estoy casi segura de que se llevaron como público a los pequeños, de unos 6 años, es un juego recomendado para mayores de 18 años por su alto contenido sexual y de violencia (algunas recompensas se obtienen por matar jugadores), por lo que de ningún modo tendrían que estar jugando niños de esa edad (ni algunos años mayores). Y desgraciadamente no es un caso aislado. En mi primer año de profesora de instituto, una de mis alumnas de 1º de ESO me dijo que el GTA era su juego favorito. 12 años. 

En la Barcelona Games Week, Blissy se quejaba en Twitter de que el domingo, día familiar, había numerosas familias con niños probando juegos que tenían claramente indicado que no eran aptos para menores y que, al indicárselo, les daba igual. 


Si los niños juegan al GTA con 12 años y con 12 años ven el mundo del sexo, de la droga, de la violencia, lo entenderán con su mente de 12 años, y no serán capaces de discernir qué es bueno y qué no, qué es ficción y qué no, porque no han tenido a su lado a ningún adulto que se lo enseñase. Si con 12 años los niños aprenden que, para divertirse, tienen que jugar solos, cuando tengan 15, 16, querrán seguir jugando solos y no serán capaces de entender que la videoconsola es una opción más de ocio. Y tampoco serán capaces de separar obligación y tiempo libre, y no entenderán que a veces, aunque no te apetezca, debes estudiar/trabajar/hacer deberes y no jugar a la consola. Y llegarán los lamentos y castigos y el "qué malas son las videoconsolas y la industria de los videojuegos". 

Este desinterés de los padres en la educación de los hijos es lo que, a la larga, genera problemas. Jugar a videojuegos de niños está bien, pero con supervisión. Vigilad los juegos, ojo con la edad recomendada para videojuegos (y películas, que hemos visto a niños en el cine viendo Deadpool o La fiesta de las salchichas, y no puedo pensar en nada que sea menos para niños que eso), y recordad: a un niño hay que educarlo. Sin la guía de un adulto, su referencia del mundo real se retorcerá y convertirá en algo malogrado de lo que después tendremos que lamentarnos. 

Recordad, papis: Las videoconsolas no son niñeras. 

S.

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